Industria y desarrollo: estrategias para salir de la periferia

Indústria brasileira - Foto: CNI/José Paulo Lacerda
No cabe duda del papel central de la industria en el desarrollo económico de cualquier nación. Históricamente, los países que se han convertido en potencias económicas han invertido mucho en el sector industrial, promoviendo la innovación tecnológica, la creación de empleos cualificados y el crecimiento sostenible. Destaco el caso de Brasil, que siguió un camino que comprometió las posibilidades de desarrollo económico y social a través de la industrialización.
En 1956, Brasil alcanzó un hito importante en su desarrollo económico: la renta generada por la industria superó a la de la agricultura. Sin embargo, este avance no representó la transición hacia un país desarrollado. A pesar del crecimiento industrial y de la creación de empleos más cualificados, la agricultura siguió desempeñando un papel crucial en la economía. Apoyaba a los centros urbanos proporcionando mano de obra barata y excedentes de mercancías, además de financiar la industrialización urbana. Así, el sector agrícola, con sus características de superexplotación de la mano de obra, siguió siendo la base del crecimiento industrial y sigue siendo un sector destacado para la economía y la política nacionales.
Además, la transición de una economía esclavista a una capitalista, tras la abolición de la esclavitud, mantuvo unas relaciones laborales desiguales y explotadoras. Las desigualdades sociales derivadas de las estructuras coloniales persistieron durante todo el proceso de industrialización, siendo reforzadas por el Estado y la clase dominante. Estas desigualdades facilitaron el mantenimiento de una estructura económica desigual en las zonas urbanas y rurales y mantiene su huella hasta nuestros días.
El Estado desempeñó un papel importante en la industrialización de Brasil, como en cualquier otro país del centro del capitalismo, adoptando políticas públicas que buscaban financiar al sector y estructurar las cadenas de producción. Actuó como mediador, garantizando que el capital industrial fuera el motor del crecimiento económico, promoviendo la transferencia de recursos del sector agrícola a la industrialización urbana. Aunque esta estrategia facilitó la modernización de las industrias, también perpetuó el modelo de explotación en las zonas rurales.
De este modo, el proceso de industrialización permitió el desarrollo de sectores como el automóvil, la construcción naval, la industria química y la metalmecánica. Este modelo fue financiado por capital extranjero, lo que generó dependencia tecnológica y limitó la capacidad de innovación nacional. Además, la urbanización resultante de este proceso no fue acompañada de mejoras en servicios esenciales como la sanidad, la educación, la vivienda y la movilidad, promoviendo condiciones de vida precarias. A pesar de algunos avances, persistían problemas estructurales como la desigualdad.
A partir de los años 80, la crisis de la deuda externa, los planes de estabilización monetaria y la apertura comercial de los años 90 tuvieron un impacto negativo en el sector industrial, provocando cierres de fábricas y una reducción del empleo industrial. En la década de 2000, los intentos de reactivar la industria, como la Política de Desarrollo Productivo (2008) y el Plan Brasil Maior (2011), no lograron superar los desafíos estructurales, aunque promovieron acciones importantes y estratégicas. La recesión económica, la falta de inversión en innovación y la competencia internacional provocaron una caída de la participación de la industria en el PIB, que pasó del 27,4% en 2010 al 22% en 2023, según datos del IBGE.
La industria brasileña aún no ha cumplido plenamente su papel de superar la dependencia y promover el desarrollo económico y social que se esperaba. Las decisiones políticas han pasado factura. Como resultado, actualmente es una industria con escasa capacidad para generar empleos de calidad y sostener un potente proceso de desarrollo económico y social.
El proceso de industrialización de Brasil revela las contradicciones y desafíos que han marcado el desarrollo del país. Sin embargo, la posición subordinada y dependiente de las economías centrales no es exclusiva de Brasil. Otros países del Sur Global se enfrentan a dilemas similares en relación con sus parques industriales, aunque estén marcados por sus contextos históricos, económicos, sociales y culturales. Además, varias naciones periféricas ni siquiera han conseguido establecer una base industrial significativa, perpetuando su inserción en la economía mundial de forma primaria y dependiente.
Sin embargo, es importante subrayar que ningún país ha logrado un desarrollo a largo plazo sin una industria dinámica y relevante. Por eso es esencial una Política Industrial sólida, que supere los problemas históricos del desarrollo industrial en los países periféricos, reduzca la dependencia exterior y garantice la soberanía nacional en los sectores estratégicos.
La reindustrialización/industrialización, dependiendo del país, también debe orientarse a atender las demandas urgentes de la población, garantizando bienes y servicios esenciales para mejorar el nivel de vida de la sociedad brasileña, como salud, vivienda, saneamiento, movilidad y accesibilidad, conectividad, seguridad alimentaria, difusión de energías renovables, así como la promoción de infraestructuras adecuadas, entre otras demandas sociales de alto impacto. El desarrollo industrial debe ser visto como un medio para alcanzar el desarrollo social y no como un fin en sí mismo. Además, el proceso debe estar alineado con las políticas de descarbonización de la economía, preservación del medio ambiente e inversión en energías renovables y asequibles. También es esencial que genere empleos de calidad y contribuya a reducir las desigualdades en el mercado laboral y la pobreza.
Por ello, el debate sobre cómo promover una industria orientada por las demandas económicas y sociales, soberana y ambientalmente sostenible, que promueva la distribución de la renta y reduzca las desigualdades, es una necesidad urgente para los países del Sur Global.
La industria, como motor fundamental del crecimiento económico y social, sigue siendo fundamental para el futuro de este grupo de países, pero sobre una nueva base. Esto requiere políticas coherentes y a largo plazo. El reto es grande, pero no imposible.
*Adriana Marcolino é Socióloga e Diretora Técnica do DIEESE (Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos).