No hay desarrollo soberano sin una producción energética autónoma

La historia de los países se encuentra íntimamente ligada al uso de la energía que tienen disponible y a la búsqueda de lo que no tienen. Cada gran paso en la humanidad ha sido posible por el descubrimiento y uso de una forma de energía mayor, y los países que han sido autosuficientes en esos recursos han marcado la pauta en las diversas etapas que han existido en el desarrollo de la humanidad. Existe una clara relación entre la cantidad de energía consumida y el desarrollo humano, social, tecnológico y económico en todos los países del mundo. Revoluciones industriales, guerras y políticas centenarias se han hecho con tal de lograr la soberanía e independencia energética (SIE) de las naciones.
La Revolución Industrial surgió en Inglaterra, entre otras cosas, porque su principal fuente de energía, la madera, se fue agotando, y tenían vastas reservas de carbón que les permitieron sustituir su combustible y desarrollarse de la manera que ellos quisieron.
La crisis del petróleo de los 70 fue un gran ejemplo de la vulnerabilidad que genera a los países (incluidas las grandes potencias) el depender energéticamente de alguien más. A partir de dicha crisis, todos los países del “Norte Global” han buscado la SIE como base de una política de desarrollo soberano. Estados Unidos lo ha hecho desde que Nixon fue presidente, en los 70, hasta que Trump tomó por primera vez la presidencia en 2017. Este cambio se dio porque, en 2017, EE. UU. lo logró, y eso le permitió modificar su política para pasar a una de “Dominio Energético”; política que se ha vuelto central en este segundo mandato de Trump, en donde ha creado un consejo y ha emitido diversas órdenes ejecutivas con la meta explícita de utilizar el suministro de energía como arma de control sobre el desarrollo y las políticas de otras naciones.
Gran parte de los movimientos geopolíticos actuales pueden explicarse desde la perspectiva energética. Controlar el suministro de un país te da la capacidad de controlar todo su desarrollo económico y tecnológico. El mejor ejemplo de esto es lo que pasa en Europa. El suministro de gas natural desde Rusia siempre se vio con malos ojos por parte de EE. UU. Sin embargo, el acceso a energía barata, dada la falta de recursos naturales en Europa, fue tan importante que, en los años 80, Europa occidental se alió con la Unión Soviética para llevar a cabo la construcción de un gasoducto, pese a la intervención de EE. UU. y a las grandes sanciones que se impusieron para impedirlo. Así construyó Europa —específicamente Alemania— su modelo económico, basado en importar energía barata de Rusia, que, según ellos, nunca se acabaría. Esta dependencia aumentó todavía más con el cierre de las centrales nucleares en los 2000 y el apoyo descomunal a fuentes “intermitentes” de energía eléctrica que, de acuerdo con el Buró Nacional de Investigación Económica, requieren 1 MW de capacidad de gas natural por cada 0.8 MW intermitente instalado para mantener el balance del sistema. Todo ese sistema se vino abajo cuando se cerraron los gasoductos (y explotó el Nordstream II), producto del conflicto ruso-ucraniano en 2022.
El impacto fue inmediato. La desindustrialización en Alemania fue estrepitosa, perdiendo cerca de un 20% de su industria y casi un 30% de su industria intensiva en energía. Las sanciones europeas y de EE. UU. encarecieron la energía y la población sufrió una crisis sin precedentes. Se estima que alrededor de 68.000 europeos murieron en el invierno de 2022-2023 porque los altos precios de la energía no les permitieron calentarse en tan bajas temperaturas, y los niveles de pobreza aumentaron derivado de la inflación que la energía impulsó. A pesar de todo esto, y de que públicamente los países europeos han manifestado el total apoyo a Ucrania, la realidad es que su dependencia energética es tal que han gastado un 54% más en importar energéticos de Rusia (205 mil millones de euros) desde el inicio del conflicto que lo que han dado a Ucrania como ayuda (133.9 mil millones de euros).
Ahora, Trump ha amenazado a diversos mandatarios con aranceles y sanciones si no compran más gas natural licuado de EE. UU. para sustituir toda dependencia de los energéticos rusos. Esto le va a permitir a EE. UU. controlar el desarrollo económico y tecnológico de Europa para que no rivalice con el suyo. De acuerdo con Deloitte, el 67% de las empresas que habían relocalizado sus actividades citaban la energía cara como el principal factor. Si se concreta la dependencia europea de EE. UU. en materia energética, jamás podrán tener algún sector que se desarrolle sin que EE. UU. lo permita; no necesitan más que amenazar con subir el costo o interrumpir el suministro. Lo que solo dejaría a Europa políticas de bajos salarios como forma de “competir” en el mundo.
Controlar la energía, que es la base de cualquier economía, de manera soberana e independiente, está en los intereses de cualquier gobierno, en específico uno que busque beneficiar a su población por encima de los intereses económicos y que busque tener un desarrollo de manera independiente.
*Alonso Romero es ingeniero en desarrollo sostenible por el Tec de Monterrey y jefe de la oficina del comisionado de la Comisión Reguladora de Energía (CRE) de México.